El Titanic V/S Arca de Noe

Una Carta de Papa Dios para tu Vida.

El juicio Final

QUE HARE

Mensaje de Salvacion

La batalla del Gólgota



La batalla decisiva en el Gólgota

El odio de los fariseos llevó a Cristo a la cruz, siendo su ejecución el crimen judicial más infame de la historia del mundo. Se ha calificado el hecho como "el asesinato más cobarde de un embaja¬dor que jamás se ha visto, y el ultraje más vil que rebeldes jamás han perpetrado contra el benefactor de su patria".

Pero detrás del crimen máximo de todos los tiempos se halla la obra de Dios quien cumple por medios tan extraños el plan eterno.

Dios ha convertido este acto de alevosa y diabólica rebelión contra su persona en el medio para la expiación de los pecados y la salvación de los mismos rebeldes. Al golpe insultante que asestaron a su rostro santo, respondió con el beso de amor y de reconciliación. Nosotros llegamos al límite de toda maldad por nuestra rebelión contra El, mas El escogió aquella misma hora para la manifestación más sublime de toda gracia y bondad para con nosotros. Así es que el hecho vergonzoso de la cruz, en cumplimiento del plan de redención, llegó a ser el eje de la historia humana, y no sólo eso, sino de toda la suprahistoria universal.

El momento en el calendario humano sería, con toda probabilidad, según los más recientes cálculos de los eruditos, el día 7 de abril del año 30 d.C, pero como "hecho eterno" la cruz es el funda¬mento de todo el victorioso proceso de la redención.

EL SIGNIFICADO DE LA CRUZ PARA DIOS

La cruz es el hecho más trascendental de la historia de la salvación: mayor aun que el de la resurrección, bien que los dos son inseparables. Se puede decir que la cruz es la victoria, mientras que la resurrección es el triunfo, siendo más importante aquélla que éste, bien que el triunfo es la consumación natural e inevitable de la victoria. En la resurrección, pues, se manifestó públicamente la victoria del Crucificado, bien que la victoria en sí había sido ganada cuando el vencedor exclamó: "¡Consumado es!" (Jn. 19:30).
Cruz es la evidencia suprema del AMOR de Dios

En la cruz el Señor de toda vida entregó a la muerte a su Amado, a su Unigénito Hijo, al Mediador y el Heredero de la creación (Col. 1:16; He. 1:2-3). EL Cristo que murió en la cruz era el Señor de todo en honor de quien los astros siguen su curso por el espacio, y al otro extremo de la creación, en cuya honra los insectos revolo¬tean en un rayo de sol (He. 2:10). Verdaderamente, en este gran acontecimiento, "Dios da prueba de su amor para con nosotros, porque siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros" (Ro. 5:8).

La cruz es la mayor prueba de la JUSTICIA de Dios

En la cruz el Juez de toda la tierra, y "como manifestación de su justicia", no perdonó aun a su propio Hijo (Ro. 3:25; 8:32). En el transcurso de los siglos, pese a muchos juicios individuales y parciales. Dios no había castigado jamás el pecado con juicio final (Hch. 17:30). Tanto es así que a causa de su paciencia su santidad aparentemente estaba en tela de juicio por "haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados" (Ro. 3:25). En vista de ello, solamente la muerte expiatoria del Redentor, como acto justificativo de Dios frente a la pasada historia de la humanidad, pudo demostrar la justicia irrefutable del Juez supremo de los hombres.

Comprendemos, desde luego, que la paciencia de los tiempos anteriores se fundaba exclusivamente en el hecho futuro de la cruz, de la manera en que todo pecado presente y futuro puede ser expiado por la "justificación" del pecador tan sólo por la mirada retrospectiva de la justicia divina hacia la cruz. Por ende la paciencia pasada, el juicio presente y la gracia futura hallan todos su punto de conver¬gencia en la cruz (Ro. 3:25-26; 1 Jn.l:9; Jn. 12:31).

En el evangelio se revela por primera vez "una justicia de Dios" (Ro. 1:17 VHA) que no es sólo un atributo de Dios, sino también un don que procede de Dios, y que es válido delante de su trono de justicia al ser aceptado en sumisión y fe por el pecador (Ro. 1:17; 2 (Co. 3:9; 5:21).

La cruz aumenta maravillosamente las RIQUEZAS de Dios

Los redimidos en el cielo cantan: "Tu fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre de todo linaje y lengua y pueblo y nación, y nos has hecho para nuestro Dios un reino de sacerdotes y reinaremos sobre la tierra" (Ap. 5:9-10). El cántico expresa maravillosamente el hecho de que los salvos, en su conjunto, son la posesión de Dios, un pueblo adquirido, que es de su propiedad exclusiva (1 P. 2:9; Tit. 2:11). Claro está que no queremos decir que esta riqueza adquirida por medio de la cruz signifique un incremento de la gloria esencial de Dios, porque es infinito en todo. Sin embargo, las Escrituras afirman que, al redimir la Iglesia, Dios ha ganado un instrumento eficaz para la revelación de su gloria, puesto que aun ahora, en este período en que vivimos, la función de la Iglesia no se limita a testificar en la tierra, sino, según Efesios 3:10-11, existe "para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora notificada por la Iglesia a los principados y potestades de los lugares celestiales".

Ante tal pensamiento, ¡que se eleve nuestro espíritu por encima del polvo de nuestra jornada de hoy, hermanos! Por medio nuestro los principados de los lugares celestiales han aprendido hoy algo de la rica diversidad de la sabiduría de nuestro Dios! ¡Que nuestro corazón vuele, pues, por encima de las estrellas, para morar al abrigo del trono de Dios el Omnipotente, quien se digna ser nuestro Padre por medio de su Hijo!

EL SIGNIFICADO DE LA CRUZ PARA CRISTO

Para Cristo y para Dios la cruz es la expresión suprema de la
AUTORIDAD DE DÍOS

Al iniciar su misión redentora en el mundo el Hijo exclamó:"¡Heme aquí para que haga, oh Dios, tu voluntad!" y la entera ¡sumisión a la voluntad divina le hizo ser "obediente hasta la muerte, I y muerte de cruz" (He. 10:7; Fil. 2:8; Ro. 5:9). En vista de que el Hijo, igual al Padre en esencia y gloria, se sometiera a la voluntad divina, es evidente que todo otro ser tendrá que rendirse ante la autoridad del trono celestial.

La cruz en grado SUPREMO DELEITA el corazón de Dios

Debiéramos pensar siempre en primer término en lo que es la cruz para Dios mismo, teniendo en cuenta el simbolismo del holo¬causto del primer capítulo de Levítico que era "ofrenda encendida, olor suave a Jehová". Fue preciso ante todo que Dios quedara satis¬fecho por medio del gran acto de obediencia de su Hijo, y por eso Pablo, recogiendo el lenguaje levítico, nos declara que Cristo "se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave" (Ef. 5:2).

La cruz es la base de una manifestación especial del AMOR de Dios para con su Hijo

El amor que une al Padre con el Hijo en el seno de la Deidad ha de ser necesariamente perfecto en su eternidad, pero tal fue el agra¬do del Padre ante la entrega voluntaria del Hijo que esta produjo una manifestación especial de amor y de aprobación: "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida para volverla a tomar" (Jn. 10:17).

Para Cristo personalmente la cruz es el CAMINO a la diestra del trono como el Dios-Hombre triunfador

La posición esencial del Hijo es "en el seno del Padre" (Jn. 1:18), pero habiendo aceptado la misión de redimir al hombre caído, y en cumplimiento de ella se encarnó, llegando a ser el "Hijo del hom¬bre": el campeón de la humanidad que libra la batalla contra Sata¬nás. En la cruz ganó la victoria, derrotando al enemigo por el hecho de anular el pecado y agotar la muerte. Así pudo ascender a la diestra de la Majestad en las alturas (lugar de todo poder ejecutivo) revestido de la doble gloria de su divinidad esencial e inalienable, unida ya con la gloria que adquirió como el hombre vencedor (Jn. 1:18; Fil. 2:6-11; He. 2:9; 8:1).

Por la cruz Cristo SE POSESIONÓ de su Iglesia redimida

Por haber pasado a través de la muerte, no se halla ya solo como "el grano de trigo", sino acompañado de los suyos, gozándose en el fruto abundante de la cruz en victoriosa glorificación (Jn. 12:24). Sólo así pudo alcanzar el gozo que le fue propuesto y ser hecho perfecto como el autor y consumador de la fe; sólo así pudo ser el "primogénito entre muchos hermanos", la Cabeza de los innumera¬bles miembros del Cuerpo, adquiriendo aquella Iglesia que es "su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos" (He. 2:10; 12:2; Ro. 8:29; Ef. 1:22-23).

Ciertamente Cristo, como persona divina, no pudo ganar nada por medio de la cruz, ya que su gloria eterna era infinita. El hombre glorificado a la diestra del Padre no posee más divinidad ahora de la que era suya en la eternidad, antes de encarnarse, sino que pide al Padre la renovada manifestación de la misma gloria: "Padre, glorifcame tu cerca de ti mismo con aquella gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese" (Jn. 17:5). En cambio, como Redentor y el "postrer Adán", Cristo ha ganado una nueva exaltación, teniendo ya un nombre que es sobre todo nombre", en el cual se doblará "toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra" (Ro. 5:12-21;lCo. 15:45; Fil. 2:9-10).

La cruz, para nosotros personalmente, es la expresión más sublime del AMOR del Hijo de Dios

Pablo se deleita en contemplar este amor revelado en la cruz: "El Hijo de Dios que me amó, y se entregó a Sí mismo por mí". . . Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella" (Gá. 2:20;
Ef. 5:25). Cristo ha hecho que su muerte agonizante en la cruz sea la bendita fuente de nuestra... ¡He aquí la respuesta de su amor redentor a nuestra rebeldía y odio! Por tal medio la victoria aparente de Satanás se convirtió en una derrota tremenda y decisiva, al par que la aparente derrota de Cristo llegó a ser su victoria suprema, manifestación de su poder infinito (cp. Jn. 4:9,10; Ro. 5:6-8).

EL SIGNIFICADO DE LA CRUZ PARA NOSOTROS
El aspecto individual

Para el cristiano, como individuo, la cruz encierra un doble signi¬ficado: por una parte es la base de su justificación por la que se arregla su vida pasada frente a la justicia de Dios; y por otra, es el fundamento de su santificación, por la que se gobierna su vida presente según la voluntad de Dios

La base de la justificación

Preciso era que nuestros pecados fuesen cargados sobre el Fiador, quien debió llevarlos como sustituto en lugar de otros, a fin de que éstos, habiendo muerto al pecado, viviesen luego a la justicia (Is. 53:6; 1 P. 2:24; He. 9:28; 2 Co. 5:21). De la forma en que la ruina del hombre se produjo por un solo acontecimiento histórico el de la Caída así también tuvo que ser levantado de su postra¬ción por el Fiador mediante un solo suceso: el acto de justicia del Gólgota (cp. Gn. 3 con Ro. 5:18). En Romanos 5:18 Pablo emplea la voz griega dikaioma cjue indica un hecho justo, y no la palabra más corriente dikaiosune que significa la calidad de la justicia o de la rectitud.

La naturaleza esencial del pecado es la rebeldía, que conduce indefectiblemente a la separación de la criatura del Creador como fuente de vida, y por consiguiente, resulta en la muerte del pecador. Obviamente la expiación ha de corresponder a la naturaleza del peca¬do, y por lo tanto, el Redentor debió sufrir la sentencia de la muerte para poder efectuar la restauración de la vida. He aquí el significado de la declaración: "Sin derramamiento de sangre no se hace remi¬sión" (He. 9:22). Solamente por medio de tal muerte pudo el Redentor anular el poder de quien tenía el imperio de la muerte, es a saber, el diablo (He. 2:14). En la sabiduría eterna de Dios hubo esta necesidad: que la misma muerte, el gran enemigo de los hombres, llegase a ser el instrumento de su salvación, y que aquello que era tanto el resultado como el castigo del pecado se convirtiera en camino para redimir al hombre de su pecado (1 Co. 15:56; Ef. 2:16).
Pero se desprende de todo ello que la muerte de Cristo es "la muerte de la muerte", según la figura de la serpiente de metal en el desierto, ilustrándose el mismo hecho por la manera en que David mató a Goliat con la misma espada del gigante (Nm. 21:6, 8; cp. Jn. 3:14; 18.17:51; He. 2:14).

He aquí la lógica de la salvación, que se arraiga profundamente en el plan divino de la redención, siendo irrecusable y demoledora frente a todos los orgullosos ataques de la incredulidad. La "teología de la sangre" según la despectiva frase de los enemigos de la cruz que tiene a Cristo crucificado como su centro, permanece inconmovible como nuestra roca de salvación (He. 9:22; 1 Co. 2:2; Gá. 3:1). Para muchos, ciertamente, es piedra de tropiezo, roca de escándalo y señal que será contradicha, pero para los redimidos es "la piedra viva, elegida, preciosa", el fundamento inamovible de su fe (1 P. 2:4, 6, 8; Is. 28:16; Sal. 118:22). Esta piedra está puesta "para caída y levantamiento de muchos", o según la figura de Pablo en 2 Corintios 2:15-16, es "olor de muerte para muerte" en el caso de algunos, pero "de vida para vida" tratándose de otros. Para los judíos es tropezadero y para los griegos locura, pero no por eso deja de ser "potencia de Dios y sabiduría de Dios" (Le. 2:34; 2 Co. 2:15-16; ICo. 1:18,23-24).

El concepto de la sustitución había dejado tan honda mella en las prefiguraciones del Antiguo Testamento que se emplea la misma voz (heb. chata-ah) tanto para indicar el pecado mismo como la ofrenda por el pecado. En Éxodo 34:7 y 1 Samuel 2:17 chata-ha significa pecado-, en cambio, en Números 32:23 e Isaías 5:18 equi¬vale al castigo que recibe el pecado, mientras que en Levítico 6:18, 23 y Ezequiel 40:39 es la ofrenda por el pecado. Este uso echa luz sobre la gran declaración de2 CorintigsJ¡:21: "Al que no conoció pecado, [Dios] hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuése¬mos hechos justicia de Dios en él", que puede leerse: "[Dios] le hizo ofrenda por el pecado a nuestro favor." Ciertos teólogos modernistas calumnian a Pablo, tildándole de falsificador del cristianis¬mo, por haber enseñado este concepto de sustitución, pero de hecho no arranca de sus enseñanzas en primer término, sino de las del Maestro mismo quien testificó que no había venido para ser servi¬do, sino para servir y "dar su vida en precio de rescate en lugar de muchos" (Mt. 20:28, trad. lit.).

La frase griega anti pollón que Reina-Valera traduce "por muchos" significa, sin que haya lugar a contradicción, "en lugar de muchos" según muchos ejemplos que se hallan en la versión griega del Antiguo Testamento tan usada por los judíos en el primer siglo, la "Alejandrina" o "Septuaginta" Así en Génesis 22:13, Abraham ofreció el carnero "en lugar de su hijo" (griego, anti)', en algunas listas de reyes, para indicar que el hijo llegó a reinar "en lugar de su padre", se emplea la misma palabra (Gn. 36:33-35, etc.), siendo clarísima la idea de sustitución. Pablo no inventa novedades, pues, cuando describe la ofrenda del Señor de sí mismo como "un precio de rescate en lugar de muchos" (anti-lutron, 1 Ti. 2:6), sino que se basa en las enseñanzas del Cristo, de la forma en que éstas concretaban e interpretaban las indicaciones del Antiguo Testamento.

La cruz es la base de la santificación para los salvos

Cristo el Señor murió en la cruz para que nosotros fuésemos salvados de la cruz. Esta afirmación subraya la parte negativa y judicial de su muerte, o sea la liberación que fue provista por el Gólgota. Desde otros puntos de vista Cristo murió en la cruz con el fin de que fuésemos asociados con El allí, lo que nos incluye en el significado de su muerte a los efectos morales de una vida santa, y eso señala la obligación del Gólgota. Nosotros somos "plantados juntamente" con el Crucificado, siendo vinculados orgánicamente a la "semejanza de su muerte" (Ro. 6:5). Todo eso es otra manera de expresar las enseñanzas del Maestro en los evangelios: que somos discípulos que llevamos su cruz en pos de El o según otra figura, somos granos de trigo a semejanza de Cristo mismo, sabiendo que no llegamos a vivir espiritualmente sino a través de la muerte (Mt. 10:38; Jn. 12:24-25). Así somos llamados a participar en lo que era la fundación de nuestra redención, o sea de la muerte, que no por ser tenebrosa deja de ser preciosa.

Según Gálatas 2:20 hemos sido "crucificados con Cristo" y por eso:

• El mundo alrededor está muerto por medio del Crucificado, pues por la cruz el mundo está crucificado a nosotros, y nosotros a El (Gá. 6:14).

• El mundo dentro de nosotros, o sea la carne en nosotros, ha sido crucificada igualmente en la cruz, según la afirmación de Pablo: "sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue juntamente crucificado con él... a fin de que no sirvamos más al pecado" (Ro.6:6,11).

• El mundo debajo de nosotros ha sufrido una derrota total por medio de la cruz, de forma que Pablo pudo declarar que Cristo, "despojando los principados y las potestades, sacólos a la vergüenza en público, triunfando de ellos en sí mismo" (Col 2:15, cp.Gn. 3:15).

• El mundo encima de nosotros se ha convertido en una esfera de gracia y de bendición, ya que ha sido abolida la maldición de la ley, siendo clavados en la cruz, de modo que el creyente puede exclamar: "Yo por la ley soy muerto a la ley, para vivir a Dios" (Gá. 2:19).

El pecador vivía bajo la amenaza de la ley, pero ahora Cristo ha cumplido su fatídica sentencia en su lugar, muriendo por medio de la ley (Gá. 4:4; 3:10). Por este cumplimiento total de la sentencia de la ley, ésta ya no puede levantar acusación alguna contra El, como representante de la raza, a la manera en que el hombre ajusticiado pierde toda relación con la autoridad que le condenó a la muerte. Cristo, pues, está muerto a la ley. Ahora bien, el cre¬yente en Cristo tiene su parte en la misma experiencia de Cristo por el hecho de su identificación con El resultado de la fe verdadera y por ende, él también ha muerto a la ley y vive ya en la libertad de su unión vital con aquel que fue levantado de entre los muertos (Ro. 7:4).

El aspecto colectivo

Por medio de la cruz se abre ante la humanidad un régimen nuevo en el que vemos:
• La anulación del poder de la ley, que crea una nueva situación interna.

• La admisión de todas las naciones a la esfera de la salvación, que ha creado una nueva situación externa.

• El triunfo universal del Crucificado que ha creado una nueva situación universal.

La anulación del poder de la ley

• En la vida interior del creyente la cruz significa el cumplimiento y la abolición de todos los sacrificios levíticos, y por lo tanto, la abolición de la ley levítica en general, porque los sacrificios eran la base de la función sacerdotal, de la forma en que ésta lo era de la ley misma (He. 10:10, 14; 7:11, 18). Así por la cruz, Cristo llegó a ser fin de la ley, como también Fiador de un pacto nuevo y mejor por medio del cual los llamados "reciben promesa de la herencia eterna" (Ro. 10:4; Mt. 26:28; cp. He. 7:22; He. 9:15-17). Pero siendo disuelto el sacerdocio levítico, ha pasado también el primer A tabernáculo, se ha rasgado el velo del templo, el camino al lugar santísimo está expedito y todo el pueblo de Dios se ha transformado en un reino de sacerdotes espirituales (He. 9:8; Mt. 27:51; He.10:19-22; 1P. 2:9; Ap. 1:6). Lo antedicho no obsta a que la ley siga cumpliendo su función de dar el conocimiento del pecado a los hombres, siendo buena en sí, y necesario freno en un mundo de impíos (1 Ti. 1:8-11; Ro. 3:20; 7:12).

La admisión de todas las naciones en la esfera de la salvación

No sólo ha perdido la ley su poder interior, en la vida de los creyentes, sino que ha cesado de ser barrera entre Israel y las nacio¬nes. Hasta el momento de cumplirse la obra de la cruz la ley que actuaba de ayo para conducir a Israel a Cristo (Gá. 3:24) constituía una valla que separaba el pueblo hebreo de los demás pueblos del mundo (Ef. 2:14). Por eso las naciones se hallan sin ley y extranjeras a los pactos de la promesa, lo que producía una tensión entre ambas partes: una especie de enemistad en los anales de la salvación que impedía que aquellos "de lejos" se acercasen a los otros "de cerca". Pero ahora, Cristo, que es nuestra paz, por el cumplimiento de la ley en la cruz, ha derribado la "pared intermedia de separación", reconciliando a ambos pueblos, no sólo entre sí, sino también con Dios, formando las dos partes UN SOLO CUERPO, que es su Iglesia (Ro. 2:12; Ef. 2:11-22).

Vemos que el cumplimiento de la ley por la muerte de Cristo ha roto el cerco de la ley mosaica (cp. Gn. 12:3; cp. Gá. 3:13-14), ensanchando así la esfera de la salvación que no se limita ya por las fronteras de Israel sino que abarca todos los pueblos del mundo. El camino de la cruz fue en extremo angosto y angustioso, pero conduce a una esfera sumamente amplia, que incluye a toda alma sumisa, y así pasamos de la estrechez del periodo de la preparación hasta la universalidad del cumplimiento del plan de salvación: "Y yo dice Cristo si soy exaltado de dentro de la tierra, a todos traeré a mí mismo" (Le. 12:50; Jn. 11:52; 12:32, trad. lit).

El triunfo universal del Crucificado

La declaración del Señor en Juan 12:31 es de gran importancia, y debiera leerse como en la Versión Hispano-Americana margen: "Ahora hay un juicio de este mundo; ahora será echado fuera el príncipe de este mundo." Cristo profirió estas palabras en la sombra de la cruz, cuando pronto había de consumarse el triunfo de aquel que murió: el triunfo que había de despojar de sus armas a los principados de las tinieblas y destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte. Fue en vista del "juicio de este mundo" y la derrota del "príncipe" que Cristo pudo dar su grito triunfal al expi¬rar: "¡Consumado es!" (Jn. 12:31-32; Col. 2:14-15; He. 2:14; Jn. 19:30).

En cuanto a la derrota de Satanás vemos:

• Impotencia para ella brota de la obra de la cruz (Jn. 12:31).

• Su realización y manifestación necesitarán un proceso gradual por el que el "hombre más fuerte" atará "al fuerte" (Mt. 12:29).

• Su consumación será absoluta y final (Ap. 20:10).

Es importante notar que la Escritura emplea el verbo "levantar" (hupsoó) en sentido doble cuando se refiere a la obra de la cruz, pues abarca no sólo el levantamiento en la cruz para morir, sino también el ser exaltado hasta la diestra de la Majestad de las Alturas, siendo íntimamente relacionados estos dos aspectos. El Crucifi¬cado es también el Coronado y es necesario que sea echado fuera el príncipe usurpador y antiguo de este mundo para que tome posesión de sus dominios el nuevo monarca legítimo. Los dos aspectos se pueden estudiar en los siguientes pasajes: Juan 3:14; 8:28; 12:32; Filipenses 2:8-11; y Hebreos 2:9.

No debe extrañarnos, pues, que la tierra temblara cuando el Se¬ñor murió o que el sol rehusara dar su luz (Mt. 27:52; Le. 23:44-45) porque en la cruz de Cristo Dios pronunció su ¡NO! frente a toda manifestación del pecado (Jn. 12:31). De igual forma la tierra será conmovida en el día cuando sea juzgada. Al mismo tiempo se cubrirá de vergüenza el sol, la luna no dará su luz y palidecerán las estrellas, y los cielos y la tierra huirán de la presencia de aquel que se sentará sobre el gran trono blanco (Hag. 2:6; He. 12:26-27; Is. 24:23; Ap. 20:11).

Pero entonces, por la transmutación de los elementos del antiguo mundo material "siendo abrasados", como dice el apóstol Pedro surgirá un mundo nuevo y glorioso. Al final de los tiempos, pues, el mundo también experimentará su "muerte" para pasar inmediatamente a su "resurrección" sobre la base de la muerte y la resurrección de Cristo, y así amanecerá su "mañana de Pascua" por el poder transformador de Dios. He aquí el significado profético del oscurecimiento del sol y del estremecimiento de la tierra en el momento de la muerte del Redentor.

Cristo, el grano de trigo (Juan 12:20-33)

Mucho de lo que antecede se resume en la figura de Cristo como el "grano de trigo que cae en tierra y muere".

• Fue "echado en tierra" gracias a su amor de Redentor en el primer Viernes Santo.
• Su tallo abrió paso por la tierra en el Domingo de la Pascua, orientándose hacia el cielo.
• Su tallo dorado penetró los cielos en el día de la Ascensión.
• Su espiga se llenó de multitud de granos en la era indicada por el día de Pentecostés.

La cruz desde la eternidad hasta la eternidad

La cruz en la eternidad. La cruz es un pensamiento eterno de Dios puesto que el Cordero fue "conocido ya, de cierto, antes de la fundación del mundo (1 P. 1:20).

La cruz en el pasado. Es el hecho histórico llevado a cabo en la consumación de los siglos y asociado con los nombres de Getsemaní, Gabatha y Gólgota. (He. 9:26).

La cruz en el presente. "Cristo crucificado" es el tema único y fundamental de la predicación del evangelio, como también norma para la vida del creyente muerto con Cristo" y que desea vivir "en conformidad con su muerte" (1 Co. 2:2; Gá. 2:20; 6:14; Fu. 3:10).

La cruz en el porvenir. Será el Salvador que murió en la cruz coronado de espinas —colocando así la piedra fundamental de su propio reino— quien gobernará gloriosamente como Rey en el reino mesiánico visible (Fil. 2:8-11).

La cruz en la gloria del cielo. El hecho de la cruz será el tema de las alabanzas de los redimidos, y "en medio del trono" se verá un "Cordero como inmolado". Los apóstoles del Cordero tendrán su parte en el fundamento de la ciudad eterna (Ap. 5:6-10; 21:14).

Le Invitamos a recibir a Cristo como su único y suficiente salvador
Repita esta Oración Con fe

Señor Jesucristo: Gracias porque me amas y entiendo que te necesito. Te abro la puerta de mi vida y te recibo como mi Señor y Salvador. Ocupa el trono de mi vida. Hazme la persona que tu quieres que sea. Perdona Señor todos mis pecados y lava mi corazón con tu sangre preciosa. Anula y quebranta en mi vida toda maldición generacional que venga a través de mi apellido. Inscribe mi nombre en el libro de la vida, prometo Buscarte y seguirte y estudiar tu palabra para que sea una lámpara en mi camino. Señor Jesús! te pido nacer de nuevo en la regeneración de tu Espíritu Santo en mi corazón. hazme un hombre nuevo . Gracias por haber entrado en mi vida y por escuchar mi oración según tu promesa, reconozco que ahora soy tu hijo amado.
Gracias Señor Jesús mi Salvador. Amen